Saberes_vampiros@War
Beatriz Preciado
A los coyotes de las fronteras, G.A. y J.D. in memoriam
Los saberes dominantes se derrumban. No como las twins towers se derrumbaron, dejando tras ellas una nube de polvo que alimenta la mitología-guerra sino, más bien, como se hunde una forma sobre la superficie de una pantalla de Tetris o, mejor, como se desvanece un cuerpo que llega a hacerse besar hasta la mordedura por un amante vampiro. Hablar de este desmoronamiento de las formas y de los cuerpos mientras está en vías de producirse, es en sí un ejercicio de revelación táctica. Es hacer con Haraway el “ruido intencionado”, la contaminación estratégica” (Haraway 1985).
En el estado actual de micro_guerra_total por la dominación de la producción de códigos, dar una verdadera cartografía de los saberes establecidos, un plan completo de los vectores de crítica de los saberes y lenguajes dominantes, tornaría en renunciar al juego. Se trata, más bien, de identificar ciertos desplazamientos de los saberes dominantes hacia una multiplicidad de saberes locales o minoritarios. Esta cartografía se considera, pues, parcial y esquemática, una simple simulación textual, una colección de trazas luminosas ya desaparecidas que procuran inscribirse hoy en la memoria política.
La objetividad de los anormales
¿Los anormales pueden devenir expertos? ¿Los sometidos, pueden ellos hablar? (Spivak, 1988). ¿Qué tipo de objetividad puede producir un estudio de los anormales, de los trans, de los alternativos, de los minusválidos o de los drogadictos? ¿Cuál puede ser el saber adecuado a un tiempo post-orgánico? Basta volver a Donna Haraway, por haber secuestrado la expresión “situated Knowledge” (Haraway, 1988) “saber situado”, del dominio de la pedagogía experimental, y más concretamente de la búsqueda de las relaciones entre aprendizaje, saber y contexto (Lave, 1977), para iniciar en el feminismo un desplazamiento de los debates epistemológicos sobre la objetividad hacia una genealogía política de los saberes.
El saber situado, emerge como una respuesta a la doble atadura en la cual se encuentra la epistemología feminista a fin de los años ’80, en su definición de objetividad: por una parte, entre el modelo del “constructivismo social radical” (que Haraway atribuye fundamentalmente a Bruno Latour), y el “empirismo feminista” sostenido por Sandra Harding; y por otra, entre el “saber subyugado”, y las éticas del consentimiento informado. He ahí los límites del debate epistemológico.
Según Haraway, por un lado, el constructivismo considera toda forma de objetividad científica como siendo el resultado de un ejercicio retórico, el efecto de tensiones entre diferentes actores sociales en un campo de fuerzas. Aquí, la ciencia deviene texto y campo de poderes. Por otro, el empirismo feminista de Harding, más allá de la radical contingencia histórica de los modos de producción, afirma la posibilidad de una forma de objetividad feminista. El primer modelo conduce, según Haraway, a una hermenéutica totalitaria: objeto y sujeto de la ciencia son reducidos a instancias retóricas produciendo posiciones políticas cínicas y libertas. Pero, en la era de la dominación informática, el feminismo no puede permitirse este lujo romántico y modernista.
No obstante, Haraway se distancia del modelo de Harding: heredero de un cierto humanismo marxista, el empirismo feminista queda dependiente de las epistemologías trascendentes que aspiran a un saber puro, y presuponen un sujeto del saber ingenuo y emancipado (Haraway, 1988, 580-2). Frente a las autoridades científicas universales y a los relativismos culturales, Haraway sostiene la posibilidad de un saber situado como práctica de la objetividad subalterna. No se trata de ir más allá de los modelos precedentes o de sobrepasarlos a través de una Aufhebung dialéctica, sino más bien, atravesarlos para pervertirlos. Tanto el constructivismo radical como el empirismo feminista se dejan contaminar por un saber_vampiro.
La frontera: sitio de producción de saber
El saber situado parece inmediatamente hacer referencia a un lugar, una posición, una localización o un sitio; pero, una de las complejidades de esta noción es que ella viene a quebrantar el lugar mismo de la producción de saber. Entonces, Saber = Lugar, pero ¿de qué lugar se trata? Este lugar es una fisura, el efecto de una serie de desplazamientos: 1. las teorías y movimientos anti-coloniales hacia una crítica post-colonial; 2. del feminismo hegemónico heterocolonial hacia una crítica de la construcción transversal de la raza, del sexo, del género y de la sexualidad…; 3. de las políticas de las identidades hacia las políticas post-identitarias; de las políticas de los cuerpos hacia las cyborgologías desnaturalizadas.
1. Se asiste a un deslizamiento de las filosofías del tiempo hacia las filosofías del espacio. La diferencia (no más ontológica sino, más bien, epistemo-política) no está más determinada por una cualidad esencial (anatómica, lingüística, simbólica, económica…) sino por una irreducible pluralidad de los lugares. El saber no es ni abstracto ni deslocalizado. No existe por fuera de una geografía precisa. Walter Mignolo llama “geopolítica del saber” a este doble proceso de “espacialización del saber” y de “politización del lugar”: “La consecuencia más importante de la geopolítica del saber es comprender que el saber funciona como los super flujos de la economía globalizada” (Mignolo, 2003).
La guerra de los saberes vampiros, es una lucha por el descentramiento geopolítico de los loci de la enunciación científica. Se está en una condición “global”. Se habita una multiplicidad de espacios de fricción, de zonas fronterizas. Los subordinados no están más en una simple exterioridad colonial o sexual. El saber situado no constituye una trasgresión llegada de los márgenes de la normalidad (racial, sexual, económica…). Tanto París como Avignon, el bio-pene como la prótesis, han sobrevenido zonas híbridas, de contacto, de superposición. Cada una de las ciudades y cada uno de los órganos son simultáneamente próximos y distantes, familiares y exóticos, íntimos y extraños.
A diferencia de las narraciones anticolonialistas, feministas y homosexuales de los años ’70, que establecían oposiciones binarias entre colonizadores y colonizados, o normales y perversos, reservándoles a estos últimos un lugar de exterioridad moral, cultural e, incluso, metafísica en relación a sus opresores, los saberes post-coloniales, queer y trans, entienden los regímenes de normalización colonial o sexual como un campo de fuerzas sin un exterior posible. Sin embargo, hay una pluralidad de mundos que no están completamente exteriores los unos a los otros. Leibniz se deja morder el cuello por Spinoza, el vampiro. Los primeros discursos post-coloniales surgen de esta condición tectónica de frotamiento. El no-lugar o el contra-lugar de emergencia de los saberes situados, es la frontera (Andalzua, 1987).
Algunos precursores de los saberes situados, expertos de las fronteras: Franz Fanon, Aimé Césaire, Edouard Glissant. Se encuentran aquí narraciones contra-coloniales que no acentúan lo autóctono sino, más bien, las zonas de contacto, las identidades transversales y los espacios híbridos. Se trata del espacio propio y a las lenguas e identidades criollas, mestizas, mulatas, post-indígenas. En otra placa geopolítica el creador de los Subaltern Studies, Ranajit Guha, habla de construir una nueva historiografía. Si la independencia de la India fue conquistada en 1947, es tiempo, ahora, de procurar “la emancipación por relación a la epistemología colonial” (Guha, 1988). De frente a la paradoja constitutiva del sujeto colonial, Guha profiere una crítica anti-epistemológica radical: las metodologías científicas hegemónicas (también las ciencias duras como las humanas) y sus categorías, no son simplemente incapaces de revelar la subjetividad de los dependientes, sino que producen, más bien, ellas mismas la condición de subordinación.
La pregunta es: ¿cómo producir un saber capaz de rendir cuenta de los posicionamientos históricos de los sujetos sometidos por la colonización? Mientras que en los años ’80, Spivak había diagnosticado, con cierto pesimismo epistemológico, el borramiento sistemático de la voz del subordinado en el texto imperialista, algunos años más tarde Bhabha, Mohanty, Alexander… et Spivak misma, afirmaron de la existencia de lenguajes subalternos en las fracturas entre varios discursos hegemónicos. Lejos de una no-traducibilidad radical de la condición de subordinación, la crítica post-colonial reclama el estatuto fronterizo de todo lenguaje: no hay lenguaje que no sea producido de la traducción, de la contaminación, del tráfico. Si el saber dominante se caracteriza por una pretensión al monolingüismo, entonces, los saberes situados son las heteroglosias (Derrida, 1996). El saber_vampiro es una tecnología de traducción entre y a través de una multiplicidad de lenguas que se levantan contra la sobre-codificación de todas las lenguas en un lenguaje único.
2. En el curso de los años ’80, nuevos discursos “globales” emergen en otra zona de fricción, entre los Estados Unidos y América central y del sur; pero, también, entre el pensamiento universitario dominante y los lenguajes del feminismo negro, chicano, lesbiano y trans. El Feminismo emancipacionista va a ser denunciado, por sus márgenes, como un saber hegemónico. El término post-feminismo registra este desplazamiento del lugar de la enunciación de un sujeto universal “mujer”, hacia una multiplicidad de los sujetos situados. De Laurentis habla de una “ruptura constitutiva del sujeto del feminismo” que deriva de “la no coincidencia del sujeto del feminismo con las mujeres” (De Laurentis, 1994, 7). Este sujeto excéntrico del feminismo es el cyborg de Haraway.
Se trata de un desarreglo conceptual de los debates alrededor de la igualdad/ diferencia, justicia/ reconocimiento, e igualmente, esencialismo/ constructivismo, hacia los debates alrededor de la producción transversal de las diferencias. Transfeminismo es la forma que toma el feminismo cuando él corre el riesgo, de una situación en multiplicidad. El recurso esencialista de una solo noción de diferencia sexual o de género (esencialismos biológicos de la genitalidad o de la reproducción sexual, esencialismos marxistas dominados aún hoy por la noción de “división sexual del trabajo”, o por aquella más a la moda de “feminización del circuito productivo”, esencialismos lingüísticos o simbólicos) se ve hoy día, desbordado por un análisis transversal de la producción de las diferencias.
No se trata, simplemente, de tomar en cuenta la especificidad racial o étnica de la opresión, como una variable más, del lado de la opresión sexual y de género sino, más bien, de analizar los espacios de superposición entre género, sexo y raza (la sexualización de la raza y la racialización del sexo) como procesos constitutivos de la modernidad sexocolonial. La raza, la clase, el sexo, el género, la nacionalidad… no existen más que formando parte de una red compleja de relaciones mutuas. No de trata de adicionar política homosexual, política de género, política anti-racista…
Se trata de inventar “políticas relacionales” (Avtar Brah, 1996), crear “estrategias de interseccionalidad política” (Kimberly Crenshaw, 1996), que desafíen los espacios de “cruzamiento de las opresiones”, de interlocking opressions (bell hooks, 2000). He aquí algunas figuras liminares que operan como índices de situacionalidad: la “frontera” y la “piel” de Gloria Andalzua, la “bastarda” y la “malinche” de Cherri Moraga, el “cyborg”, el “coyote”, el “virus”, le Modest_Witness, l’OncoMouse‘, le FemaleMan” de Donna Haraway, “el sujeto nómada” de Rosi Braidotti, “el intelectual orgánico” de Aurora Lewis, la “mimesis desviada” de Hommi Bhabha, el “drag” y la “cita subversiva” de Judith Butler, “gender blending” de Kate Bornstein, el hermaphrodyke de Del Lagrace Volcano, “el dildo” o “la prótesis” de Preciado, la “trans-formación” de Terre Thaemlitz… Todas estas nociones deslegitiman la pureza, la teleología y la unidimensionalidad, de los saberes producidos por las representaciones de modernidad sexo-colonial.
3. El saber situado se opone al saber subyugado y a las éticas del consentimiento informado. D. J. Haraway bifurca en circuito cerrado a Foucault, Marx y el tecnoliberalismo para producir un zarpazo. El bucle dice: saberes = comunidades = poderes. El saber subyugado no es inmediatamente un saber situado. La subordinación no es una plataforma inocente productora de objetividad. “La subordinación, dice Haraway, no constituye un piso para una ontología”. Frente a la evolución de las políticas de las identidades de los últimos 30 años, Haraway critica la facilidad de los saberes subyugados en volverse fuerzas de normalización y de naturalización: institucionalización de las políticas de los géneros, políticas gays y lesbianas asimilacionistas, esencializaciones nacionalistas de proyectos anticoloniales…
O peor, los saberes suyugados tienden a la elaboración de los peritos-víctimas, a la naturalización de la opresión, a la construcción de un sujeto político fundador (la mujer, el proletario, el homosexual, el desocupado, el artista, etc.) y a la producción de los afuera constitutivos (las putas, los working poor, los trans, los alternos, los trabajadores del sexo, etc.) como condición de la acción política. “Las posiciones de los subyugados, dice Haraway, no están exentas de los re-exámenes críticos, las decodificaciones, las de-construcciones y las interpretaciones… La identidad no produce ciencia; la posición crítica, si” (Haraway, 1988, 586-7).
El saber situado no puede, tampoco, ser confundido con las éticas de consentimiento informado: variantes ultra liberales del supercapitalismo global que promueven el acceso al saber (del usuario, del enfermo, del trabajador), como una condición de posibilidad de las elecciones informadas en un mundo de individuos libres e iguales ante la ley. Las epistemologías contra-hegemónicas se debaten entre dos sujetos imposibles: por una parte, un sujeto esférico de la historia opositora (sea las “mujeres del Tercer Mundo”, sea el sujeto “queer”, sea los parias de la tierra…), un sujeto revolucionario último que opera como motor de la historia y que, paradójicamente, puede hablar en nombre de todos; por otra parte, un sujeto estallado por la acumulación estadística de las diferencias multiculturales con sus saberes bien informados.
En el primer caso, se desliza progresivamente hacia una suerte de internacionalismo cosmopolita paria-queer; en el segundo, ninguna necesidad de alianzas políticas sino, más bien, de estrategias de (…), de mecanismos de defensa de los derechos de las minorías (derechos de las mujeres, de los gays, de los enfermos…) en tanto que ellos son, también, los consumidores siempre fieles a la búsqueda de más representación y más visibilidad. A riesgo de caer de nuevo en un universalismo de las meta-opresiones, no se puede continuar, hoy día, en utilizar la palabra “queer”, para hablar de un saber menor o local.
Recientemente en Europa, y después de algunos años en los Estados Unidos, la palabra queer se ha visto sobrecodificar, recolonizar por el discurso dominante: Ardisson ya había registrado la palabra queer en 1998 en la INPI, pero es preciso esperar hasta 2004 para ver aparecer toda una serie de discursos normativizantes tanto como mediáticos (pinkinisation de las identidades) y académicos, que van a apropiarse del calificativo queer para tomarlo en sus propios efectos de saber-poder. El actual contexto de reapropiación exige un desplazamiento aún más vertiginoso. Mi propia formulación “multitudes queer” es hoy, un posicionamiento políticamente obsoleto.
Queer, no puede constituir un suelo llano para sostener el conjunto de los saberes menores de los géneros, de los sexos y de las sexualidades. Fastidio para los gurús; pero estamos frente a una imposibilidad constitutiva de totalizar la crítica. No hay expertos de los expertos locales. Es necesario mantener la fragmentación de la enunciación a hacerse: agenciamientos transpédéféministesmusulmanogouines… Esto no implica la imposibilidad de una alianza local de las multiplicidades; bien por el contrario, una alianza menor no existe más que en la multiplicidad de la enunciación, como corte transversal de las diferencias.
No se trata de de elegir entre un saber hegemónico y arreglado, y un conjunto de saberes colectivos inocentes y no conmensurables. No hay resolución para una tal dialéctica, porque la dialéctica y su resolución son ellas mismas las figuras del saber único. No hay una forma privilegiada de oposición sino una multitud de fugas. El saber situado recuerda, dice Haraway, el juego “cat’s cradle” (Haraway, 2000, 156): no se da en tanto que oposición, ni en tanto resolución dialéctica, sino en tanto que conexión rizomática.
La objetividad situada no viene ni de una subjetividad individual ni de una identidad esencial. Ella es conexión sintética de las series heterogéneas. Saberes = Comunidades = Poderes. El saber situado no es jamás el saber de un lugar privado o individual (mis genes, mi género, mi trabajo, yo, mi elección) (Haraway, 2000, 152), sino, arreglo colectivo, producto de una relación transversal de las diferencias en el interior y a través de las comunidades. El saber situado es la noche de nupcias colectiva, el Sabbat de las brujas digitales. El sujeto del saber situado no coincide ni con una identidad esencial, ni con un sujeto universal, simplemente es, dice Haraway, “Modest Witness” (Haraway, 2000, 161).
Haraway toma la expresión “Testigo modesto” del método experimental de Robert Boyle, como método contextual determinado por la práctica de ser testigo y por la relación de la verdad a una comunidad de saber -frente a los detractores del método experimental como Thomas Hobbes, que defendía un saber único y trascendente, independiente de las comunidades de las cuales procede. El sujeto del saber situado es un vampiro. Es necesario morder o ser mordido para saber. Ser testigo de su propia mutación. Tomar el riego de la alquimia.
El terreno de la epistemología se rompe para abrir un espacio ético-político: “ser testigo”, para Haraway, depende de la relación constitutiva entre “testar” y “atestiguar” (Haraway, 2000,161). “Ser testigo”, es ver, atestiguar, volverse públicamente responsable de, y físicamente vulnerable a, sus propias visiones y representaciones.” (Haraway, 2000, 155). Ver siempre con otro pero jamás en su lugar. El vampiro, el Testigo Modesto, más que un sujeto en el sentido político o metafísico del término es una jauría, una banda, una multiplicidad, un proceso de mutación: “el vampiro contamina las descendencias durante la noche nupcial… efectúa las transformaciones de las categorías a través de un pasaje ilegítimo de las sustancias… él infecta el cosmos, la comunidad orgánica cerrada. El vampiro es trans. De ahí este extraño imperativo: o bien, acabar la política o, bien, hacer la política como un vampiro.
4. Saber situado es el nombre que da Haraway a la forma de objetividad científica feminista propia al cuerpo post-orgánico: “embodied objectivity”, objetividad encarnada. “La objetividad deviene una forma específica y particular de encarnación, no una falsa visión prometiendo la trascendencia de todos los límites y responsabilidades. La moral es simple: solo la perspectiva parcial promete una visión objetiva”. “La objetividad feminista encarnada” no hace referencia a “un sitio fijo en un cuerpo réifié, un cuerpo mujer u otro” (Haraway, 1988, 589) sino, más bien, al cuerpo en tanto prótesis tecnobiopolítico.
El lugar de la objetividad no es un cuerpo prediscursivo libre de toda intervención tecnológica, sino un cuerpo tecnoorgánico, una subjetividad protésico que ha incorporado ya la tecnología. El sujeto del saber situado es una interfase cuerpo_tecnología. El lugar de producción de saber y de vida está en mutación. En este espacio, propio a los saberes vampiros, reinan los estados intermediarios entre la vida y la muerte: la vida vegetativa, la muerte cerebral, las hormonas, los embriones, los virus, etc.
Si, como lo quería Foucault, se trata de una biopolítica, esta biopolítica no puede caracterizarse simplemente como una política del viviente sino, más bien, como “una informática de la dominación de los cuerpos tecno-vivientes” (Haraway, 2000,162). Hemos pasado de una sociedad industrial a un sistema polimorfo y protésico de información. Registramos un desplazamiento de los modelos físicos y termodinámicos (teorías de la represión, de la lucha, de la reistencia…) hacia los modelos cyber-textuales, pero, también, epidemiológicos e inmunológicos en los cuales existe una primacía de la ecología política. ¡Porqué, entonces, resistir si podemos mutar! El cyborg (término inventado en 1960 por Manfred Clynes y Nathan Kline para nombrar una rata de laboratorioa quien había sido implantado una bomba osmótica y un sistema de control cibernético) de Haraway, no es más que una de las figuras para designar esta condición de incorporación protésica.
Todas las líneas de descendencia de la supermodernidad se cruzan en el cyborg: la automatización del trabajo, la sexualisación de la máquina, la computarización de la guerra, y la digitalización de la información. El cuerpo del saber situado es, al mismo tiempo, una criatura orgánica y artificial, un sistema tecnoviviente. ¡Pero atención!, la vida cyborg no es la existencia mecánica de la computadora sino, más bien, como lo enseña Chela Sandoval, “la vida de una chica que trabaja en asar las haburguesas y que habla el lenguaje-Mac Donalds” (Sandoval, 2000). El cuerpo post-orgánico existe en los intersticios, entre las oposiciones que constituyen la supermodernidad: animal/ humano, mecánico/ orgánico, blanco/ negro, masculino/ femenino, hetero/ homo, bio/ trans… Este trans_sujeto es “el monstruo”, del cual Haraway espera nuevos proyectos políticos (Haraway, 1992).
El laboratorio: la noche de bodas de los expertos_resucitados
El acceso de los subordinados a las tecnologías de producción de saber, el desplazamiento del sujeto de la enunciación científica, genera una ruptura epistemológica. En 1976, Foucault identifica esta ruptura y la denomina “retorno de los saberes sometidos”. Es la noche de los muertos-vivientes del conocimiento. Aquellos que habían sido producidos hasta ahora como objetos de la pericia médica, psiquiátrica, antropológica o colonial, los subalternos, los anormales, van progresivamente a reclamar la producción de un saber local, un saber, sobre ellos mismos, que interroga el saber hegemónico.
Es un proceso de “fragilidad general de los suelos”, un hundimiento operado por la multiplicidad “de las críticas discontinuas y particulares o locales” (Foucault, 1976,163): “Se trata, de hecho, de hacer jugar los saberes locales, discontinuos, descalificados, no legitimados, contra la instancia teórica unitaria que pretendería filtrarlos, exorcizarlos, ordenarlos en nombre de un conocimiento verdadero, en nombre de los derechos de una ciencia que sería detentada por algunos” (Foucault, 1976,165). Códigos de los géneros, variaciones de los sexos, identidades sexuales, morfologías corporales, técnicas de gestión de empresas de los afectos, franjas enteras del tiempo dedicadas a la relación y a la atención del viviente, se vuelven posesiones en el interior de los regímenes reguladores del Supercapitalismo.
Tanto las marcas de fábrica de las industrias culturales y mediáticas, como también las patentes de las compañías farmacéuticas y médicas. Prácticas de medición, tales como pruebas hormonales, peritajes psiquiátricos o jurídicos, pruebas genéticas, pero también ecografías in útero, protocolos de asignación y cambio del sexo, balances profesionales, tablas de rentabilidad del trabajo y de la producción, programas de planificación familiar… forman parte del trabajo tecno-discursivo de las ciencias para reproducir la materialidad del viviente en el circuito Sexo-Capital.
Eso es la “biopolítica del cuerpo post-moderno” (Haraway, 1989). En este espacio viscoso se sitúan los movimientos post-feministas Black, pedes, putas, trans, pero también grupos tales como Act Up, PONY, o todavía los movimientos de los alternos, postporno, el movimiento cripple, precarias a la deriva, el sexyshocks, etc… Una pluralidad multiforme de las jaurías se eleva contra los procesos de capitalización de la viviente. Un Evangelion le talla con tal precisión una cyberpipa al doctor Ikari, como él le hace una vaginoplastía, registrando un porno-trans-dilto.
Asistimos a un proceso múltiple de re-apropiación de las tecnologías de producción de los objetos bio-discursivos tales como el sexo, el género, la sexualidad pero, también, la raza, la reproducción, la enfermedad, el handicap, el trabajo o, incluso, la muerte. Tantos objetos de conocimiento producidos por los discursos biomédicos, psicológicos o, aún, económicos que, lejos de ser entidades textuales, toman la forma del viviente.
Frankenstein abre un consultorio de experto “freak” en Silicone Valley. El objeto del saber (el perverso, el desocupado, la puta, el artista el criminal…) se vuelve agente, a través del análisis y el desvío de los discursos y de las técnicas que lo habían producido, como especie a controlar. Aquí “la localización es, ella misma, tanto una construcción compleja como una herencia” (Haraway, 1988). Estas “nuevas tecnologías de posicionamiento” (Haraway, 1988), son los lazos de donde los sometidos se reapropian de “un saber de la anomalía, con todas las técnicas que le están ligadas” (Foucault, 1976, 161). Es una política desnaturalizada, estructurada en torno de los lazos sintéticos de afinidad, una política que conecta las diferencias, que establece las alianzas rizomáticas en la discontinuidad, y no en el consenso, una política hecha de “redes de posicionamiento diferenciales” (Chela Sandoval, 2000).
Comienza aquí una transvaluación de la relación tradicional entre estética y política: se hablará de políticas de los afectos o de estéticas celulares. Esta misma ecuación se reproduce en un quiasma donde se entrecruzan la teatralización del espacio político (políticas performativas) y la experimentación virtuosa en el dominio de la subjetividad (estética cyborgológica). Se trata de un espinozismo de la micro-pasión política: un laboratorio para los peritos en el cual, los cuerpos testean colectivamente las formas de las vida. La política se vuelve brujería.
Gracias a Louis Gao, Antonella Corsari y François Matheron por su lectura y su corrección de este texto en francés.
Bibliographie
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Donna Haraway, ” The Promises of Monsters : A Regenerative Politics for Inappropriate/d Others ” , Dans, Lawrence Grossberg, Cary Nelson, Paula A. Treichler, eds., Cultural Studies, Routledge, New York,1992, pp. 295-337.
Donna Haraway, How a Leaf, An Interview With Thyrza Nichols Goodeve, Routledge, New York, 2000.
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Beatriz Preciado
A los coyotes de las fronteras, G.A. y J.D. in memoriam
Los saberes dominantes se derrumban. No como las twins towers se derrumbaron, dejando tras ellas una nube de polvo que alimenta la mitología-guerra sino, más bien, como se hunde una forma sobre la superficie de una pantalla de Tetris o, mejor, como se desvanece un cuerpo que llega a hacerse besar hasta la mordedura por un amante vampiro. Hablar de este desmoronamiento de las formas y de los cuerpos mientras está en vías de producirse, es en sí un ejercicio de revelación táctica. Es hacer con Haraway el “ruido intencionado”, la contaminación estratégica” (Haraway 1985).
En el estado actual de micro_guerra_total por la dominación de la producción de códigos, dar una verdadera cartografía de los saberes establecidos, un plan completo de los vectores de crítica de los saberes y lenguajes dominantes, tornaría en renunciar al juego. Se trata, más bien, de identificar ciertos desplazamientos de los saberes dominantes hacia una multiplicidad de saberes locales o minoritarios. Esta cartografía se considera, pues, parcial y esquemática, una simple simulación textual, una colección de trazas luminosas ya desaparecidas que procuran inscribirse hoy en la memoria política.
La objetividad de los anormales
¿Los anormales pueden devenir expertos? ¿Los sometidos, pueden ellos hablar? (Spivak, 1988). ¿Qué tipo de objetividad puede producir un estudio de los anormales, de los trans, de los alternativos, de los minusválidos o de los drogadictos? ¿Cuál puede ser el saber adecuado a un tiempo post-orgánico? Basta volver a Donna Haraway, por haber secuestrado la expresión “situated Knowledge” (Haraway, 1988) “saber situado”, del dominio de la pedagogía experimental, y más concretamente de la búsqueda de las relaciones entre aprendizaje, saber y contexto (Lave, 1977), para iniciar en el feminismo un desplazamiento de los debates epistemológicos sobre la objetividad hacia una genealogía política de los saberes.
El saber situado, emerge como una respuesta a la doble atadura en la cual se encuentra la epistemología feminista a fin de los años ’80, en su definición de objetividad: por una parte, entre el modelo del “constructivismo social radical” (que Haraway atribuye fundamentalmente a Bruno Latour), y el “empirismo feminista” sostenido por Sandra Harding; y por otra, entre el “saber subyugado”, y las éticas del consentimiento informado. He ahí los límites del debate epistemológico.
Según Haraway, por un lado, el constructivismo considera toda forma de objetividad científica como siendo el resultado de un ejercicio retórico, el efecto de tensiones entre diferentes actores sociales en un campo de fuerzas. Aquí, la ciencia deviene texto y campo de poderes. Por otro, el empirismo feminista de Harding, más allá de la radical contingencia histórica de los modos de producción, afirma la posibilidad de una forma de objetividad feminista. El primer modelo conduce, según Haraway, a una hermenéutica totalitaria: objeto y sujeto de la ciencia son reducidos a instancias retóricas produciendo posiciones políticas cínicas y libertas. Pero, en la era de la dominación informática, el feminismo no puede permitirse este lujo romántico y modernista.
No obstante, Haraway se distancia del modelo de Harding: heredero de un cierto humanismo marxista, el empirismo feminista queda dependiente de las epistemologías trascendentes que aspiran a un saber puro, y presuponen un sujeto del saber ingenuo y emancipado (Haraway, 1988, 580-2). Frente a las autoridades científicas universales y a los relativismos culturales, Haraway sostiene la posibilidad de un saber situado como práctica de la objetividad subalterna. No se trata de ir más allá de los modelos precedentes o de sobrepasarlos a través de una Aufhebung dialéctica, sino más bien, atravesarlos para pervertirlos. Tanto el constructivismo radical como el empirismo feminista se dejan contaminar por un saber_vampiro.
La frontera: sitio de producción de saber
El saber situado parece inmediatamente hacer referencia a un lugar, una posición, una localización o un sitio; pero, una de las complejidades de esta noción es que ella viene a quebrantar el lugar mismo de la producción de saber. Entonces, Saber = Lugar, pero ¿de qué lugar se trata? Este lugar es una fisura, el efecto de una serie de desplazamientos: 1. las teorías y movimientos anti-coloniales hacia una crítica post-colonial; 2. del feminismo hegemónico heterocolonial hacia una crítica de la construcción transversal de la raza, del sexo, del género y de la sexualidad…; 3. de las políticas de las identidades hacia las políticas post-identitarias; de las políticas de los cuerpos hacia las cyborgologías desnaturalizadas.
1. Se asiste a un deslizamiento de las filosofías del tiempo hacia las filosofías del espacio. La diferencia (no más ontológica sino, más bien, epistemo-política) no está más determinada por una cualidad esencial (anatómica, lingüística, simbólica, económica…) sino por una irreducible pluralidad de los lugares. El saber no es ni abstracto ni deslocalizado. No existe por fuera de una geografía precisa. Walter Mignolo llama “geopolítica del saber” a este doble proceso de “espacialización del saber” y de “politización del lugar”: “La consecuencia más importante de la geopolítica del saber es comprender que el saber funciona como los super flujos de la economía globalizada” (Mignolo, 2003).
La guerra de los saberes vampiros, es una lucha por el descentramiento geopolítico de los loci de la enunciación científica. Se está en una condición “global”. Se habita una multiplicidad de espacios de fricción, de zonas fronterizas. Los subordinados no están más en una simple exterioridad colonial o sexual. El saber situado no constituye una trasgresión llegada de los márgenes de la normalidad (racial, sexual, económica…). Tanto París como Avignon, el bio-pene como la prótesis, han sobrevenido zonas híbridas, de contacto, de superposición. Cada una de las ciudades y cada uno de los órganos son simultáneamente próximos y distantes, familiares y exóticos, íntimos y extraños.
A diferencia de las narraciones anticolonialistas, feministas y homosexuales de los años ’70, que establecían oposiciones binarias entre colonizadores y colonizados, o normales y perversos, reservándoles a estos últimos un lugar de exterioridad moral, cultural e, incluso, metafísica en relación a sus opresores, los saberes post-coloniales, queer y trans, entienden los regímenes de normalización colonial o sexual como un campo de fuerzas sin un exterior posible. Sin embargo, hay una pluralidad de mundos que no están completamente exteriores los unos a los otros. Leibniz se deja morder el cuello por Spinoza, el vampiro. Los primeros discursos post-coloniales surgen de esta condición tectónica de frotamiento. El no-lugar o el contra-lugar de emergencia de los saberes situados, es la frontera (Andalzua, 1987).
Algunos precursores de los saberes situados, expertos de las fronteras: Franz Fanon, Aimé Césaire, Edouard Glissant. Se encuentran aquí narraciones contra-coloniales que no acentúan lo autóctono sino, más bien, las zonas de contacto, las identidades transversales y los espacios híbridos. Se trata del espacio propio y a las lenguas e identidades criollas, mestizas, mulatas, post-indígenas. En otra placa geopolítica el creador de los Subaltern Studies, Ranajit Guha, habla de construir una nueva historiografía. Si la independencia de la India fue conquistada en 1947, es tiempo, ahora, de procurar “la emancipación por relación a la epistemología colonial” (Guha, 1988). De frente a la paradoja constitutiva del sujeto colonial, Guha profiere una crítica anti-epistemológica radical: las metodologías científicas hegemónicas (también las ciencias duras como las humanas) y sus categorías, no son simplemente incapaces de revelar la subjetividad de los dependientes, sino que producen, más bien, ellas mismas la condición de subordinación.
La pregunta es: ¿cómo producir un saber capaz de rendir cuenta de los posicionamientos históricos de los sujetos sometidos por la colonización? Mientras que en los años ’80, Spivak había diagnosticado, con cierto pesimismo epistemológico, el borramiento sistemático de la voz del subordinado en el texto imperialista, algunos años más tarde Bhabha, Mohanty, Alexander… et Spivak misma, afirmaron de la existencia de lenguajes subalternos en las fracturas entre varios discursos hegemónicos. Lejos de una no-traducibilidad radical de la condición de subordinación, la crítica post-colonial reclama el estatuto fronterizo de todo lenguaje: no hay lenguaje que no sea producido de la traducción, de la contaminación, del tráfico. Si el saber dominante se caracteriza por una pretensión al monolingüismo, entonces, los saberes situados son las heteroglosias (Derrida, 1996). El saber_vampiro es una tecnología de traducción entre y a través de una multiplicidad de lenguas que se levantan contra la sobre-codificación de todas las lenguas en un lenguaje único.
2. En el curso de los años ’80, nuevos discursos “globales” emergen en otra zona de fricción, entre los Estados Unidos y América central y del sur; pero, también, entre el pensamiento universitario dominante y los lenguajes del feminismo negro, chicano, lesbiano y trans. El Feminismo emancipacionista va a ser denunciado, por sus márgenes, como un saber hegemónico. El término post-feminismo registra este desplazamiento del lugar de la enunciación de un sujeto universal “mujer”, hacia una multiplicidad de los sujetos situados. De Laurentis habla de una “ruptura constitutiva del sujeto del feminismo” que deriva de “la no coincidencia del sujeto del feminismo con las mujeres” (De Laurentis, 1994, 7). Este sujeto excéntrico del feminismo es el cyborg de Haraway.
Se trata de un desarreglo conceptual de los debates alrededor de la igualdad/ diferencia, justicia/ reconocimiento, e igualmente, esencialismo/ constructivismo, hacia los debates alrededor de la producción transversal de las diferencias. Transfeminismo es la forma que toma el feminismo cuando él corre el riesgo, de una situación en multiplicidad. El recurso esencialista de una solo noción de diferencia sexual o de género (esencialismos biológicos de la genitalidad o de la reproducción sexual, esencialismos marxistas dominados aún hoy por la noción de “división sexual del trabajo”, o por aquella más a la moda de “feminización del circuito productivo”, esencialismos lingüísticos o simbólicos) se ve hoy día, desbordado por un análisis transversal de la producción de las diferencias.
No se trata, simplemente, de tomar en cuenta la especificidad racial o étnica de la opresión, como una variable más, del lado de la opresión sexual y de género sino, más bien, de analizar los espacios de superposición entre género, sexo y raza (la sexualización de la raza y la racialización del sexo) como procesos constitutivos de la modernidad sexocolonial. La raza, la clase, el sexo, el género, la nacionalidad… no existen más que formando parte de una red compleja de relaciones mutuas. No de trata de adicionar política homosexual, política de género, política anti-racista…
Se trata de inventar “políticas relacionales” (Avtar Brah, 1996), crear “estrategias de interseccionalidad política” (Kimberly Crenshaw, 1996), que desafíen los espacios de “cruzamiento de las opresiones”, de interlocking opressions (bell hooks, 2000). He aquí algunas figuras liminares que operan como índices de situacionalidad: la “frontera” y la “piel” de Gloria Andalzua, la “bastarda” y la “malinche” de Cherri Moraga, el “cyborg”, el “coyote”, el “virus”, le Modest_Witness, l’OncoMouse‘, le FemaleMan” de Donna Haraway, “el sujeto nómada” de Rosi Braidotti, “el intelectual orgánico” de Aurora Lewis, la “mimesis desviada” de Hommi Bhabha, el “drag” y la “cita subversiva” de Judith Butler, “gender blending” de Kate Bornstein, el hermaphrodyke de Del Lagrace Volcano, “el dildo” o “la prótesis” de Preciado, la “trans-formación” de Terre Thaemlitz… Todas estas nociones deslegitiman la pureza, la teleología y la unidimensionalidad, de los saberes producidos por las representaciones de modernidad sexo-colonial.
3. El saber situado se opone al saber subyugado y a las éticas del consentimiento informado. D. J. Haraway bifurca en circuito cerrado a Foucault, Marx y el tecnoliberalismo para producir un zarpazo. El bucle dice: saberes = comunidades = poderes. El saber subyugado no es inmediatamente un saber situado. La subordinación no es una plataforma inocente productora de objetividad. “La subordinación, dice Haraway, no constituye un piso para una ontología”. Frente a la evolución de las políticas de las identidades de los últimos 30 años, Haraway critica la facilidad de los saberes subyugados en volverse fuerzas de normalización y de naturalización: institucionalización de las políticas de los géneros, políticas gays y lesbianas asimilacionistas, esencializaciones nacionalistas de proyectos anticoloniales…
O peor, los saberes suyugados tienden a la elaboración de los peritos-víctimas, a la naturalización de la opresión, a la construcción de un sujeto político fundador (la mujer, el proletario, el homosexual, el desocupado, el artista, etc.) y a la producción de los afuera constitutivos (las putas, los working poor, los trans, los alternos, los trabajadores del sexo, etc.) como condición de la acción política. “Las posiciones de los subyugados, dice Haraway, no están exentas de los re-exámenes críticos, las decodificaciones, las de-construcciones y las interpretaciones… La identidad no produce ciencia; la posición crítica, si” (Haraway, 1988, 586-7).
El saber situado no puede, tampoco, ser confundido con las éticas de consentimiento informado: variantes ultra liberales del supercapitalismo global que promueven el acceso al saber (del usuario, del enfermo, del trabajador), como una condición de posibilidad de las elecciones informadas en un mundo de individuos libres e iguales ante la ley. Las epistemologías contra-hegemónicas se debaten entre dos sujetos imposibles: por una parte, un sujeto esférico de la historia opositora (sea las “mujeres del Tercer Mundo”, sea el sujeto “queer”, sea los parias de la tierra…), un sujeto revolucionario último que opera como motor de la historia y que, paradójicamente, puede hablar en nombre de todos; por otra parte, un sujeto estallado por la acumulación estadística de las diferencias multiculturales con sus saberes bien informados.
En el primer caso, se desliza progresivamente hacia una suerte de internacionalismo cosmopolita paria-queer; en el segundo, ninguna necesidad de alianzas políticas sino, más bien, de estrategias de (…), de mecanismos de defensa de los derechos de las minorías (derechos de las mujeres, de los gays, de los enfermos…) en tanto que ellos son, también, los consumidores siempre fieles a la búsqueda de más representación y más visibilidad. A riesgo de caer de nuevo en un universalismo de las meta-opresiones, no se puede continuar, hoy día, en utilizar la palabra “queer”, para hablar de un saber menor o local.
Recientemente en Europa, y después de algunos años en los Estados Unidos, la palabra queer se ha visto sobrecodificar, recolonizar por el discurso dominante: Ardisson ya había registrado la palabra queer en 1998 en la INPI, pero es preciso esperar hasta 2004 para ver aparecer toda una serie de discursos normativizantes tanto como mediáticos (pinkinisation de las identidades) y académicos, que van a apropiarse del calificativo queer para tomarlo en sus propios efectos de saber-poder. El actual contexto de reapropiación exige un desplazamiento aún más vertiginoso. Mi propia formulación “multitudes queer” es hoy, un posicionamiento políticamente obsoleto.
Queer, no puede constituir un suelo llano para sostener el conjunto de los saberes menores de los géneros, de los sexos y de las sexualidades. Fastidio para los gurús; pero estamos frente a una imposibilidad constitutiva de totalizar la crítica. No hay expertos de los expertos locales. Es necesario mantener la fragmentación de la enunciación a hacerse: agenciamientos transpédéféministesmusulmanogouines… Esto no implica la imposibilidad de una alianza local de las multiplicidades; bien por el contrario, una alianza menor no existe más que en la multiplicidad de la enunciación, como corte transversal de las diferencias.
No se trata de de elegir entre un saber hegemónico y arreglado, y un conjunto de saberes colectivos inocentes y no conmensurables. No hay resolución para una tal dialéctica, porque la dialéctica y su resolución son ellas mismas las figuras del saber único. No hay una forma privilegiada de oposición sino una multitud de fugas. El saber situado recuerda, dice Haraway, el juego “cat’s cradle” (Haraway, 2000, 156): no se da en tanto que oposición, ni en tanto resolución dialéctica, sino en tanto que conexión rizomática.
La objetividad situada no viene ni de una subjetividad individual ni de una identidad esencial. Ella es conexión sintética de las series heterogéneas. Saberes = Comunidades = Poderes. El saber situado no es jamás el saber de un lugar privado o individual (mis genes, mi género, mi trabajo, yo, mi elección) (Haraway, 2000, 152), sino, arreglo colectivo, producto de una relación transversal de las diferencias en el interior y a través de las comunidades. El saber situado es la noche de nupcias colectiva, el Sabbat de las brujas digitales. El sujeto del saber situado no coincide ni con una identidad esencial, ni con un sujeto universal, simplemente es, dice Haraway, “Modest Witness” (Haraway, 2000, 161).
Haraway toma la expresión “Testigo modesto” del método experimental de Robert Boyle, como método contextual determinado por la práctica de ser testigo y por la relación de la verdad a una comunidad de saber -frente a los detractores del método experimental como Thomas Hobbes, que defendía un saber único y trascendente, independiente de las comunidades de las cuales procede. El sujeto del saber situado es un vampiro. Es necesario morder o ser mordido para saber. Ser testigo de su propia mutación. Tomar el riego de la alquimia.
El terreno de la epistemología se rompe para abrir un espacio ético-político: “ser testigo”, para Haraway, depende de la relación constitutiva entre “testar” y “atestiguar” (Haraway, 2000,161). “Ser testigo”, es ver, atestiguar, volverse públicamente responsable de, y físicamente vulnerable a, sus propias visiones y representaciones.” (Haraway, 2000, 155). Ver siempre con otro pero jamás en su lugar. El vampiro, el Testigo Modesto, más que un sujeto en el sentido político o metafísico del término es una jauría, una banda, una multiplicidad, un proceso de mutación: “el vampiro contamina las descendencias durante la noche nupcial… efectúa las transformaciones de las categorías a través de un pasaje ilegítimo de las sustancias… él infecta el cosmos, la comunidad orgánica cerrada. El vampiro es trans. De ahí este extraño imperativo: o bien, acabar la política o, bien, hacer la política como un vampiro.
4. Saber situado es el nombre que da Haraway a la forma de objetividad científica feminista propia al cuerpo post-orgánico: “embodied objectivity”, objetividad encarnada. “La objetividad deviene una forma específica y particular de encarnación, no una falsa visión prometiendo la trascendencia de todos los límites y responsabilidades. La moral es simple: solo la perspectiva parcial promete una visión objetiva”. “La objetividad feminista encarnada” no hace referencia a “un sitio fijo en un cuerpo réifié, un cuerpo mujer u otro” (Haraway, 1988, 589) sino, más bien, al cuerpo en tanto prótesis tecnobiopolítico.
El lugar de la objetividad no es un cuerpo prediscursivo libre de toda intervención tecnológica, sino un cuerpo tecnoorgánico, una subjetividad protésico que ha incorporado ya la tecnología. El sujeto del saber situado es una interfase cuerpo_tecnología. El lugar de producción de saber y de vida está en mutación. En este espacio, propio a los saberes vampiros, reinan los estados intermediarios entre la vida y la muerte: la vida vegetativa, la muerte cerebral, las hormonas, los embriones, los virus, etc.
Si, como lo quería Foucault, se trata de una biopolítica, esta biopolítica no puede caracterizarse simplemente como una política del viviente sino, más bien, como “una informática de la dominación de los cuerpos tecno-vivientes” (Haraway, 2000,162). Hemos pasado de una sociedad industrial a un sistema polimorfo y protésico de información. Registramos un desplazamiento de los modelos físicos y termodinámicos (teorías de la represión, de la lucha, de la reistencia…) hacia los modelos cyber-textuales, pero, también, epidemiológicos e inmunológicos en los cuales existe una primacía de la ecología política. ¡Porqué, entonces, resistir si podemos mutar! El cyborg (término inventado en 1960 por Manfred Clynes y Nathan Kline para nombrar una rata de laboratorioa quien había sido implantado una bomba osmótica y un sistema de control cibernético) de Haraway, no es más que una de las figuras para designar esta condición de incorporación protésica.
Todas las líneas de descendencia de la supermodernidad se cruzan en el cyborg: la automatización del trabajo, la sexualisación de la máquina, la computarización de la guerra, y la digitalización de la información. El cuerpo del saber situado es, al mismo tiempo, una criatura orgánica y artificial, un sistema tecnoviviente. ¡Pero atención!, la vida cyborg no es la existencia mecánica de la computadora sino, más bien, como lo enseña Chela Sandoval, “la vida de una chica que trabaja en asar las haburguesas y que habla el lenguaje-Mac Donalds” (Sandoval, 2000). El cuerpo post-orgánico existe en los intersticios, entre las oposiciones que constituyen la supermodernidad: animal/ humano, mecánico/ orgánico, blanco/ negro, masculino/ femenino, hetero/ homo, bio/ trans… Este trans_sujeto es “el monstruo”, del cual Haraway espera nuevos proyectos políticos (Haraway, 1992).
El laboratorio: la noche de bodas de los expertos_resucitados
El acceso de los subordinados a las tecnologías de producción de saber, el desplazamiento del sujeto de la enunciación científica, genera una ruptura epistemológica. En 1976, Foucault identifica esta ruptura y la denomina “retorno de los saberes sometidos”. Es la noche de los muertos-vivientes del conocimiento. Aquellos que habían sido producidos hasta ahora como objetos de la pericia médica, psiquiátrica, antropológica o colonial, los subalternos, los anormales, van progresivamente a reclamar la producción de un saber local, un saber, sobre ellos mismos, que interroga el saber hegemónico.
Es un proceso de “fragilidad general de los suelos”, un hundimiento operado por la multiplicidad “de las críticas discontinuas y particulares o locales” (Foucault, 1976,163): “Se trata, de hecho, de hacer jugar los saberes locales, discontinuos, descalificados, no legitimados, contra la instancia teórica unitaria que pretendería filtrarlos, exorcizarlos, ordenarlos en nombre de un conocimiento verdadero, en nombre de los derechos de una ciencia que sería detentada por algunos” (Foucault, 1976,165). Códigos de los géneros, variaciones de los sexos, identidades sexuales, morfologías corporales, técnicas de gestión de empresas de los afectos, franjas enteras del tiempo dedicadas a la relación y a la atención del viviente, se vuelven posesiones en el interior de los regímenes reguladores del Supercapitalismo.
Tanto las marcas de fábrica de las industrias culturales y mediáticas, como también las patentes de las compañías farmacéuticas y médicas. Prácticas de medición, tales como pruebas hormonales, peritajes psiquiátricos o jurídicos, pruebas genéticas, pero también ecografías in útero, protocolos de asignación y cambio del sexo, balances profesionales, tablas de rentabilidad del trabajo y de la producción, programas de planificación familiar… forman parte del trabajo tecno-discursivo de las ciencias para reproducir la materialidad del viviente en el circuito Sexo-Capital.
Eso es la “biopolítica del cuerpo post-moderno” (Haraway, 1989). En este espacio viscoso se sitúan los movimientos post-feministas Black, pedes, putas, trans, pero también grupos tales como Act Up, PONY, o todavía los movimientos de los alternos, postporno, el movimiento cripple, precarias a la deriva, el sexyshocks, etc… Una pluralidad multiforme de las jaurías se eleva contra los procesos de capitalización de la viviente. Un Evangelion le talla con tal precisión una cyberpipa al doctor Ikari, como él le hace una vaginoplastía, registrando un porno-trans-dilto.
Asistimos a un proceso múltiple de re-apropiación de las tecnologías de producción de los objetos bio-discursivos tales como el sexo, el género, la sexualidad pero, también, la raza, la reproducción, la enfermedad, el handicap, el trabajo o, incluso, la muerte. Tantos objetos de conocimiento producidos por los discursos biomédicos, psicológicos o, aún, económicos que, lejos de ser entidades textuales, toman la forma del viviente.
Frankenstein abre un consultorio de experto “freak” en Silicone Valley. El objeto del saber (el perverso, el desocupado, la puta, el artista el criminal…) se vuelve agente, a través del análisis y el desvío de los discursos y de las técnicas que lo habían producido, como especie a controlar. Aquí “la localización es, ella misma, tanto una construcción compleja como una herencia” (Haraway, 1988). Estas “nuevas tecnologías de posicionamiento” (Haraway, 1988), son los lazos de donde los sometidos se reapropian de “un saber de la anomalía, con todas las técnicas que le están ligadas” (Foucault, 1976, 161). Es una política desnaturalizada, estructurada en torno de los lazos sintéticos de afinidad, una política que conecta las diferencias, que establece las alianzas rizomáticas en la discontinuidad, y no en el consenso, una política hecha de “redes de posicionamiento diferenciales” (Chela Sandoval, 2000).
Comienza aquí una transvaluación de la relación tradicional entre estética y política: se hablará de políticas de los afectos o de estéticas celulares. Esta misma ecuación se reproduce en un quiasma donde se entrecruzan la teatralización del espacio político (políticas performativas) y la experimentación virtuosa en el dominio de la subjetividad (estética cyborgológica). Se trata de un espinozismo de la micro-pasión política: un laboratorio para los peritos en el cual, los cuerpos testean colectivamente las formas de las vida. La política se vuelve brujería.
Gracias a Louis Gao, Antonella Corsari y François Matheron por su lectura y su corrección de este texto en francés.
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