Intolerancia de todos para todo, por Sandra Lorenzano



Artículo publicado en El Universal. 18 de enero de 2010.


No se trata solamente de que un conductor de televisión, aprovechando un foro que llega a miles de personas, se declare de manera violenta contrario al matrimonio entre personas del mismo sexo, para lo cual parte de supuestos falsos y descalifica a cualquiera que no piense como él.
No se trata tampoco únicamente de que los representantes del clero expresen su oposición a la ley votada en el DF que legaliza estas uniones, olvidándose de que vivimos en un Estado laico y que por tanto los ciudadanos tenemos la obligación de obedecer las leyes emanadas de la Constitución (también ellos). Y que cada uno tiene la libertad (algo totalmente diferente a la obligación) de regir su vida espiritual (o como quieran llamarla) vía los mandamientos o mensajes divinos (cuyo principal intérprete, en el país, pareciera Norberto Rivera, según sus propias declaraciones) de la religión que deseen, o de ninguna.


No es nada más que cada día aparezca gente asesinada y descabezada a lo largo y ancho de la República, porque pareciera que sólo la muerte del otro permite zanjar los desacuerdos.

O que seamos uno de los países con mayor violencia ejercida contra los periodistas. O que mueran más y más defensores de derechos humanos. Defender a las minorías, o al medio ambiente, o revelar los nombres de aquellos que violan permanentemente el estado de derecho son, entre nosotros, profesiones de altísimo riesgo.

O que las mujeres no puedan decidir sobre su cuerpo, pese a las conquistas legales alcanzadas. O que ni siquiera tengan el derecho de caminar libremente porque siempre habrá uno o varios “machines” dispuestos a recordarles que son un territorio del que pueden disponer a su antojo.

Tampoco se trata de que los derechos de los indígenas duerman el sueño de los justos entre papeles y más papeles mientras en la realidad los abusos son lo cotidiano. Y no hablemos de los migrantes que llegan a través de nuestra sangrienta frontera sur (qué poco presente la tenemos cuando defendemos los derechos de nuestros “paisanos”. ¡Oh, el paternalismo nacional!).

O que los diputados se “vayan a las manos” cuando el tema es candente, pero se pongan de acuerdo cuando de bonos y prestaciones se trata olvidándose de que han sido elegidos para algo más que viajar con nuestro dinero, hacer componendas en lo oscurito, o callar ante los temas más álgidos del país. De lo que se trata realmente, lo que de verdad asusta de todo esto es que somos, cada vez más, una sociedad marcada por la intolerancia. Intolerancia de todos para todo.

El otro, el que es diferente, el que tiene otras costumbres, otro color de piel, preferencias sexuales, religión, o incluso otro acento al hablar, ha dejado de ser alguien con quien poder dialogar, o siquiera convivir, para convertirse en un enemigo al que hay que borrar, exterminar, cancelar. Aunque hay quienes eligen utilizar otros términos, me ciño en este tema a la propuesta de la UNESCO en su Declaración de Principios sobre la Tolerancia, y dejo la discusión semántica para otro momento. Cito algunas líneas del documento:

“Tolerancia no es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia. Ante todo, la tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás. En ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales.”

Y más adelante: “Conforme al respeto de los derechos humanos, practicar la tolerancia no significa tolerar la injusticia social ni renunciar a las convicciones personales o atemperarlas. Significa que toda persona es libre de adherirse a sus propias convicciones y acepta que los demás se adhieran a las suyas. Significa aceptar que los humanos, naturalmente caracterizados por la diversidad de su aspecto, su situación, su forma de expresarse, su comportamiento y sus valores, tienen derecho a vivir en paz y a ser como son”.

¿Podrá alguna vez revertirse la situación en la que vivimos? No quisiera pecar de optimista (no es lo mío), y no veo demasiados elementos que lo justifiquen. Pero si no nos comprometemos todos —hombres, mujeres, ciudadanos comunes, representantes religiosos, políticos, comunicadores, artistas, empresarios, educadores…— en la defensa de la cultura de la tolerancia, buscando construir un país verdaderamente democrático y justo, tendremos que ver día a día cómo seguimos destruyéndonos unos a otros. O sentarnos de brazos cruzados a esperar que llegue el “rayo verde” (descanse en paz Eric Rohmer).

Escritora

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