Vagina, IN©

Vagina, IN©*
Georgina Carbajal

Si se pregunta de manera azarosa qué marca la diferencia entre hombres y mujeres la mayoría de las respuestas se centrarían en los llamados órganos sexuales. La vagina es un entramado de signos que, como señala de forma insistente Beatriz Preciado en el Testo Yonqui, sostienen el aparato económico. Actualmente, los medios masivos son uno de las principales formas de propagación y difusión ideológica. Para lograr la difusión de una explicación ordenada y sistematizada de la realidad se apoyan en la ciencia y, con ello, nos hacen partícipes de la conservación de un modelo económico deteriorado.
A través del tiempo la vagina ha tomado connotaciones distintas. Desde un horno para bollos a una sofisticada herramienta dentada, el órgano sexual de las denominadas “mujeres” ha causado asombro y repulsión. Hacia 1492, Mateo Colón “descubre” el clítoris, o por lo menos lo nombra, y le da veracidad a través de su registro en tratados de medicina. Por el lugar y forma en la que se encuentra localizada, la vagina no siempre es observada. Aunque un espejo o ciertas posiciones facilitan la auscultación de la misma, las mujeres pocas veces conocen aquello que se encuentra en “la zona prohibida”, apenas el tacto rápido de la limpieza cotidiana permite adivinar las formas concentradas “ahí”.
La vagina se muestra como un órgano abierto, parlante, los labios que no callan, que seducen, atrapan, acogen, absorben, devoran, recorren y aprisionan para ocultar los signos que habitan entre sus pliegues. La vagina aparece como representación, como elemento “fundador de vida”, “órgano que define el sexo de un sujeto”, “receptor/emisor de placer”; estas imágenes son las que encuadran los pilares de una explicación de la realidad que requiere de un binarismo categorizador para su normalización. Me detendré en la imagen de la vagina como “receptor/emisor de placer” porque las representaciones gráficas que se reproducen y consumen en masa, son las que aparecen en la pornografía, industria que ha cobrado importancia no sólo por la rentabilidad de la misma sino por su injerencia ideológica en nuestras sociedades.
La aparición de la industria pornográfica moderna permitió la difusión de una sexualidad probada: la cámara captaba aquello que se esconde a través de las múltiples capas de ropa. Las imágenes explícitas de sexo se difundían rápidamente en las ciudades, en las que la seguridad y la planeación urbana generan bunkers a prueba de cualquier elemento que altere el orden premeditado. Así, el “espionaje” realizado durante la pubertad se ha volcado, en gran medida, a la virtualidad de las páginas de revistas, la cinta magnética de los vhs, las páginas web, la virtualidad del skype y el sexo cibernético, etc. El porno muestra lo que algun@s aún desconocían, el espacio más oculto, la vagina expuesta ante la cámara se convierte en la industria de la pedagogía sexual. Elemento de deseo que representa la institucionalización del sexo. Para la escena porno, la vagina es un receptor del placer masculino y aparece en diferentes tamaños, colores y “re-vestida” de: waitress, maestra, oficinista, lolita, oriental, modelo y el resto de categorías del porno. A pesar de la aparente multiplicidad, la mayoría podría entrar en los estándares de lo que, por elegir un adjetivo de manera casi aleatoria, podríamos denominar “normal”.
Para obtener un ejemplo claro de lo que ocurre con la pornografía y la manera en la que su poder performático opera en nuestras sociedades, bastaría observar el éxito de la ciertas figuras en el porno y cómo esto genera un referente inmediato. Es bien sabido que una de las categorías más consumidas en la pornografía es la de “Lesbianas”: parece atractiva la idea de observar a dos mujeres en un acto sexual, pero este escenario es sólo la sugerencia de lo que viene, la inserción del hombre en la escena, de aquel que desea y que, aún como elemento voyeur, aparece entre las dos chicas. A fuerza de repetirse la escena, la muestra sistemática de dos mujeres+pene/dildo/fruta/verdura/botella/celular, etc. se convierte en el único escenario posible para las “Lesbianas”, que además, están siempre representadas con identidades hiperfemme.
La vagina deseada en el soft y mediumcore está depilada, abierta, húmeda y dispuesta a ser penetrada. La estética de Lindsay Lohan y Paris Hilton insiste en aparecer ahora en la industria pornográfica. Por otro lado, el uso de web cams, los videos de “gente real”, la facilidad de acceso al registro virtual de la imagen en movimiento han modificado de manera significativa la forma de hacer pornografía. Asimismo, el movimiento post porno ha utilizado las imágenes convencionales de la pornografía para evidenciar el sistema de repetición performática que naturaliza algunas prácticas y las normaliza. Pienso en el mecanismo empleado por las drag queen, desde la exploración de Susan Sontag en su estudio sobre el Camp, donde refiere el uso de pestañas descomunalmente grandes y rizadas, pelucas cuidadosamente peinadas y teñidas de colores fluorecentes, plataformas de 20 cm y medias de red que atrapan las piernas siempre expuestas, para poner en evidencia el uso de dispositivos culturales/”artificiales” que conformarán al sujeto mujer. Este mismo proceso es el que observo en algunos de los trabajos de Annie Sprinkle, quien no es de extrañar que haya comenzado su carrera porno durante los 70.
En el espectáculo televisivo, quizás uno de los momentos más importantes es la aparición de la vagina como personaje: abismal y peligroso, pero maleable y educativo. En 1974, llega a la pantalla la segunda adaptación de Emmanuelle, esta vez de factura francesa y estelarizada por la holandesa Sylvia Kristel, a quien sería difícil dejar de asociar con la imagen de este personaje peculiar creado por la escritora euroasiática Marayat Rollet-Andriane, bajo el pseudónimo de Emmanuelle Arsan. Publicada en 1959, Emmanuelle fue una novela prohibida por el gobierno de De Gaule y distribuida clandestinamente. Arsan había contraído matrimonio a los 16 años con un diplomático francés de la UNESCO.
La primer versión cinematográfica, sin embargo, apareció en 1969, en Italia, bajo el título de Io Emmanuelle, con Erika Blanc como actriz estelar y un gran éxito de taquillas. Esta primer versión roza más con un filme soft-porno, cuya cuidadosa fotografía protege el exceso de visibilización de los llamados "órganos sexuales". En contraste, la adaptación del 74 presenta, casi a manera de personaje, una vagina fumadora que habita el cuerpo de una bailarina del "Mile High Club".
Emmanuelle viajó al espacio lo mismo que se encontró con un fogoso Drácula, apareció en Venecia y regresó en el tiempo como Cleopatra; desde 1969 y hasta el 2006, encarnada por vaginas que se ajustan al uso de la época, no ha dejado de protagonizar aventuras y mostrarse mediante diferentes medios (desde la TV por cable y el DVD, hasta sus propios canales en la red). Estamos ante el nacimiento de la pornografía como cultura de masas: las vaginas no sólo agitan penes, también economías y nuevas industrias.
En 1972, para hacer más grande la estela del boom Emmanuelle, aparece en la escena americana otro filme cuyas vaginas abarcarían la pantalla entera: Deep Throat (Garganta Profunda) cuenta la historia de una vagina insatisfecha (la inmortal Linda Lovelace) hasta el feliz descubrimiento de tener el clítoris en la garganta, debido a una mutación genética. Satisfacer este clítoris mutante será una acción complicada de conseguir
Mientras Linda Lovelace abre las bocas americanas a la práctica de la Garganta profunda y las mujeres y las minorías sexuales acceden por primera vez al consumo público de la imagen pornográfica, se sublevan en Francia las multitudes obreras y estudiantiles, los colectivos pacifistas y antirracistas extienden sus críticas al patriarcado, se organizan las primeras manifestaciones feministas y aparecen los primeros grupos de “acción homosexual revolucionaria.
Ahora que los métodos de vigilancia extrema utilizan como herramienta básica las cámaras ocultas, las cámaras de seguridad y los dispositivos móviles con cámara integrada para captar cualquier momento, la televisión y los medios masivos se han convertido en los métodos pedagógicos y de representación más importante de nuestras sociedades. La hiperrealidad televisiva registra el performance y lo institucionaliza, a través de la veracidad de la imagen/sonido en movimiento, que hasta el momento parece la ilusión óptica más sofisticada del siglo pasado y que difunde la forma en que debe comportarse cada individuo. En las representaciones televisivas, las vaginas parlantes se reducen a estereotipos como los que se presentan de manera espectacularizada y super-‘performatizada’ en el porno.

*Artículo publicaco en Revista Knot. Bogotá, Año 1, Número 5. Febrero de 2010.

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