El Taller cierra su puerta de acero


El Taller cierra su puerta de acero

Por Antonio Medina *

La noche del sábado 18 de diciembre se cerró la pesada puerta de acero de El Taller, esa mítica discoteca gay ubicada en la calle de Florencia número 37, en el corazón de la Zona Rosa, en la Ciudad de México.

Durante casi un cuarto de siglo El Taller fue un lugar de encuentro para hombres homosexuales en donde, además de bailar, conocerse y tomar la copa, se les brindó un espacio para otras actividades políticas y culturales.

En su estrategia mercadológica los propietarios idearon la frases “en el mundo existen miles de hombres hermosos; algunos no los conocerás y a otros los conocerás en El Taller”, que se leía en revistas de la época como Macho Tips y Hermes. Con el tiempo otras revistas posicionaron el concepto de El Taller como Boys and Toys, en cuyas páginas se destacaba el logo del engrane de acero y un hombre rudo de bigote que llamaban la atención de los
lectores.

En ese obscuro sótano el grupo Cálamo, una de las primeras organizaciones civiles de gays, inició Los martes del Taller, que abrió un foro de discusión permanente para hablar sobre temas sociales y de la vida cotidiana de los hombres homosexuales. Posteriormente esa actividad la retomó el Grupo Guerrilla Gay (GGG), encabezada por el actor y activista Tito Vasconcelos, el maestro Xavier Lizárraga y su compañero de vida, Luis Armando la Madrid (qpd). De ese grupo surgió posteriormente Palomilla Gay, conformado por entusiastas jóvenes que martes tras martes escuchaban a los activistas en plena pista de baile, muchas veces en contra de otros jóvenes que lo único que deseaban era bailar.

Al calor de las discusiones y análisis de propuestas surgió en ese espacio la imperante necesidad de mitigar la violencia hacia el sector homosexual de la ciudad de México. Eran los años 80. Los casos de sida aumentaban vertiginosamente en el sector, lo que provocó que el estigma social hacía los gays se convirtiera en un blanco perfecto para la discriminación y la violencia en la calle, escuelas, trabajos, hospitales, medios de comunicación y espacios públicos.

Fue en Los martes del Taller donde se planteó por primera vez la necesidad de crear un espacio que ofreciera información y atención a la comunidad gay, principalmente hacia el sector mayormente afectado por el VIH/sida. Tiempo después surgió la Fundación Mexicana contra el Sida, que, según relatos del mismo Luis González de Alba, fue subvencionada durante algún tiempo por El Taller y El Vaquero, otro de los lugares del empresario y académico.

Un espacio fuera de lo común

El sótano de Florencia 37 no fue una discoteca convencional. Ofreció un espacio más rudo, menos sofisticado, lejano a la oferta discotequera de los 80. El mobiliario estaba conformado por maquinas industriales, engranes de hierro, pisos de lámina corrugada, un torno y largos tubos de acero. Esa original utilería vio pasar a miles de disidentes sexuales: jóvenes de todas las clases sociales, académicos, respetables padres de familia, sacerdotes, intelectuales, artistas famosos, periodistas, obreros, profesionistas, extranjeros, hijos de presidentes y un sinfín de activistas. Éstos últimos, convirtiendo el sótano y la pista de baile en su centro de operaciones.

Una de las características de este espacio fue no permitir la entrada a mujeres. Esto, desde luego, causó disgusto a lesbianas y feministas que cuestionaron la actitud excluyente.

Luis González de Alba, quien fue un aguerrido activista del 68, argumentó alguna vez con particular convicción que “los homosexuales, al igual que las mujeres con sus chippendeles,
necesitaban un espacio exclusivo para ellos”, por lo que desde el inicio El Taller estaba pensado para el sector de hombres gays. Esa decisión le costó al escritor y articulista la tirria tanto de mujeres como de algunos hombres gays.

Pero esa no fue la única carga con la que tuvo que lidiar González de Alba y Alfredo Martínez, heróico responsable de lugar, pues las autoridades delegacionales le tenían el ojo puesto al concurrido lugar. Fue común la presencia de uniformados e inspectores, que por cualquier detalle (la gran mayoría de las veces) tapizaban la puerta de acero con sendos sellos de clausura.

Durante muchos años la presencia de condones gratuitos colocados en grandes copas de cristal fue motivo de cierre, pues las autoridades argüían que se facilitaba el ejercicio de la prostitución (sic).

Pero ni los cierres injustificados, ni los chantajes de funcionarios corruptos o cartas de vecinos defensores de la moral y las buenas costumbres, lograron que ese espacio representativo de la comunidad gay cerrara su puerta de acero a los ataviados clientes de Florencia 37. De hecho, con el tiempo extendió el espacio a la planta alta donde se ubicó El Almacén. Ahí sí podían entrar mujeres y se ofrecían espectáculos de cabaret.

Artistas como Regina Orozco, Pedro Cominic, La Bogue, Las Hermanas Vampiro y, desde luego, Tito Vasconcelos, hicieron del diminuto escenario un gran espacio de expresión, donde el jocoso perreo y joteo se entrelazó con la denuncia social, esa que es divertida, desenfadada, inteligente y lúdica. Decenas de grupos teatrales y artistas plásticos también pudieron expresarse en El Almacén.

Resultado de una lucha por la defensa del espacio de la calle Florencia sufrió del acoso gubernamental. Varias fueron las redadas en las que entraron granaderos cortando cartucho y amagando a los parroquianos. Esa violencia también la vivieron otros espacios de
Corporativo Cabaré Tito en la última década, principalmente por el carácter político y cultural que le dieron los propietarios a sus lugares.

El activismo citadino, empoderado y demandante, se manifestó en diferentes ocasiones cerrando la céntrica calle donde se ubicaba la discoteca gay en protesta por actos represivos de la delegación Cuauhtémoc. Por ello, no es ocioso decir que El Taller es un espacio simbólico que marcó una época de reivindicación social de un sector de la ciudadanía a la cual históricamente se le han negados sus derechos.

Sirvan estas líneas para reflexionar sobre la importancia de tener espacios de divertimento, reflexión social y política libres de represión, de violencia y del chantaje gubernamental. Asimismo, para llamar la atención del empresariado LGBTI, que, además de brindar atención al sector, se organice y continúe apoyando propuestas sociales éticas que mantengan la lucha de la diversidad sexual, pues si bien hemos avanzado en la ciudad de México gracias a la implementación de algunas políticas públicas asertivas, (muchas veces discutidas desde su inicio en espacios como El Taller y los lugares de Corporativo Cabaré Tito), hace falta mayor solidaridad y unidad para mantener viva la reflexión al interior de la comunidad LGBTI.

Es necesario que los lugares de esparcimiento contribuyan a la lucha contra la violencia, la discriminación por orientación sexual, la prevención de los crímenes de odio por homofobia, así como mitigar el impacto del VIH en hombres que tienen sexo con otros hombres y demás temas urgentes de atender. Con ello contribuirían a fortalecer al sector que sirven y que es motivo de su existencia, tal como lo hizo El Taller durante las primeras dos décadas de su existencia.

*j_medina27@hotmail.com
Autor: Antonio Medina
Fuente: Agencia NotieSe www.notiese.org

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